La caza de cetáceos hoy en día

La caza de cetáceos hoy en día ya no tiene razón de ser. Existen alternativas para los productos que se obtenían de la caza de estos animales, y de menor coste. Una moratoria mundial prohibió la caza comercial de cetáceos en 1986. Posteriormente se prorrogó otros diez años, en 1990. Después de esto, se mantienen la captura “artesanal” practicada por poblaciones costeras y que solo afecta a un número reducido de ballenas, número que establece anualmente la Comisión Ballenera Internacional (CBI).

La cuota de caza fijada, afecta a la ballena groenlandesa en Alaska, a las ballenas grises del nordeste del Pacífico, al rorcual común y al aliblanco en Groenlandia, a la ballena de joroba en San Vicente y las granadinas. Estas prácticas, obedecen sobre todo a al interés por seguir manteniendo ciertas tradiciones.

Japón y Noruega siguen cazando el rorcual blanco (y algunas otras especies en el caso de Japón), a gran escala. Al no haberse adherido estos países a la CBI, ésta no puede prohibirles que cacen, aunque si puede fijarles unas cuotas de capturas.

Estos permisos se conceden para llevar a cabo investigaciones científicas, que si bien se obtienen a veces resultados interesantes, más bien es un modo de sortear las prohibiciones, ya que las muestras podrían obtenerse de animales varados y los censos de poblaciones por buques sin armamento. Aunque de momento las capturas no ponen en peligro a la población de rorcuales, sería peligroso que la caza de rorcuales fuese a más, o que otros países se adhirieran. Sin duda, la mejor solución sería que se prohibiera de una vez por todas, y para todos, la caza de ballenas.

También se cazan delfines. En Japón o América del sur, los matan con arpón o los capturan en redes para comérselos o para utilizar su carne para cebo en la pesca de cangrejos. En ciertas zonas donde las poblaciones de peces han disminuido, los delfines lo tienen ciertamente difícil, ya que son perseguidos por los pescadores, quienes los acusan de ser los responsables de la escasez, y por tanto masacrados. Con todo, su mayor enemigo son las redes en las que se enganchan todos los años centenares de miles de cetáceos, que ante la imposibilidad de volver a la superficie, mueren ahogados.

La contaminación vertida al mar por los ríos o en las proximidades de las grandes aglomeraciones urbanas, también tiene nefastas consecuencias sobre el medio marino en general y sobre los cetáceos en particular. Por ejemplo, los investigadores canadienses han descubierto que en la desembocadura del río San Lorenzo, donde la contaminación es muy grave, la tasa de tumores es diez veces superior entre los beluga que frecuentan la zona que en otras poblaciones de la misma especie que viven alejadas del entorno.

Los cetáceos y el hombre

Desde comienzos de la edad media fueron los vascos quienes marcaron la pauta al atreverse a atacar a las ballenas en mar abierto. Por el golfo de Vizcaya entraba la ballena franca a partir del otoño, siendo por aquel entonces una presa fácil. Era posible acercarse a ella y remolcarla con facilidad porque no se hundía una vez arponeada.

Fue cazada con tal intensidad que desapareció de la región a partir del siglo XV. Ampliaron entonces los vascos su radio de acción, llegando hasta las islas Feroe. Ingleses y holandeses se sumaron a la aventura en el siglo XVI y los norteamericanos en el siglo XVIII, llegando estos en el siglo XIX a dominar la explotación ballenera en el Atlántico. La edad de oro de los balleneros que comenzó en 1835 y duró unos 25 años, estuvo marcada por el auge de dos puertos de Nueva Inglaterra: Nantukeet y New Bedford.

A mediados del siglo XIX, la caza comenzó a declinar, en especial por la escasez de ballenas en el Atlántico debida a siglos y siglos de caza intensiva. Los norteamericanos buscaron entonces presas en el Pacífico y el Índico, ya que allí abundaban todo tipo de cetáceos: las ballenas grises, los cachalotes, las ballenas francas, las yubartas…etc. Había tal riqueza, que a nadie se le ocurrió pensar que pudieran llegar a escasear algún día.

El entusiasmo derivado de la caza de cetáceos, se explica por las múltiples posibilidades de explotación de los productos derivados de las ballenas y demás cetáceos. En la ballena, la grasa proporcionaba aceite que se empleaba para la iluminación y como lubricante. Sus barbas se utilizaban en la fabricación de vestimentas (entre ellas los famosos corsés de ballenas que afinaban el talle de las damas)

Los cachalotes eran cetaceos aún más apetitosos. Su aceite forma parte de la composición de la margarina, sopas, explosivos y pinturas. El aceite de espermaceti, extraído de este órgano tan peculiar que tienen en la cabeza, se usa para fabricar velas, barniz, lápices de colores, cosméticos e incluso en medicina para proteger la piel. Sus tendones son utilizados para hacer el cordaje de las raquetas de tenis. El ámbar gris, extraído del intestino, es utilizado como afrodisíaco y en perfumería, aunque su calidad es inferior al ámbar vegetal.

En 1863, el descubrimiento del cañón lanzador de arpones permitió que la caza se realizase a una velocidad superior, quedando entonces los rorcuales al alcance de los pescadores, hasta entonces a salvo, porque las antiguas técnicas de pesca no permitían su caza al hundirse estos una vez muertos.

Se inició así la era de la masacre. Se construyeron ciudades-fábrica en el norte de Noruega y, a continuación, auténticas factorías flotantes surcaron los océanos para ejecutar su funesta tarea. Se contaron 37 de ellos durante la campaña 1938-39, junto con 16 estaciones costeras y 326 barcos balleneros. La carnicería experimentó un breve alto en la II guerra mundial, y después se renovó con más intensidad

 Los varamientos en masa

En las ballenas, las migraciones obedecen a causas como la temperatura del agua, el alimento y la estación de reproducción, pasando la mayoría el verano en las aguas frías, para atiborrarse de krill, y el invierno en aguas cálidas, para aparearse y parir.

Los grandes cachalotes practican también grandes migraciones, siendo habitualmente los machos quienes parten en busca de alimento al terminar la época de reproducción. No así los delfines, quienes efectúan más bien desplazamientos tras sus presas favoritas, pero no pueden considerarse verdaderas migraciones. Algunos delfines, como el mular, prefieren adaptarse al menú que tienen a mano en vez de desplazarse.

Los varamientos en masa han dado mucho que hablar, llegando a utilizarse en numerosas ocasiones el término “suicidio colectivo”. Sin embargo ha de tenerse presente que el 95% de los animales embarrancados, han muerto en el mar de enfermedades, por accidentes o por viejos, siendo las corrientes y el viento quien los arroja a la costa.

Las especieras de litoral son las que aparecen más frecuentemente en las playas y en las costas, ya que los cetáceos pelágicos son pasto de los animales necrófagos, desapareciendo en el mar.

Durante el verano y el otoño de 1990, gran cantidad de delfines listados acudieron a morir a las costas mediterráneas de Francia y España. Eran víctimas de una epidemia viral. A veces una manada entera se encalla: se trata casi siempre de odontocetos, entre los que los individuos pertenecientes al un mismo grupo están muy apegados los unos a los otros, siendo bastante corriente este fenómeno en Australia, Nueva Zelanda y América del Norte.

Hay varias teorías para explicar estos fenómenos de los varamientos. Ocurre que si  el líder de este grupo está en dificultades, los otros miembros le siguen ciegamente. En el momento del salvamento, el animal en cuestión debe de ser devuelto al agua inmediatamente, o sacrificado, para evitar que los individuos del grupo que le siguen embarranquen también.

Pero ¿Qué ocurre cuando los individuos implicados gozan de buena salud? Puede que las costas arenosas de pendientes suaves, impida que el sonar del animal les funcione correctamente. Teoría respaldada porque las especies poco habituadas a la navegación en este entorno, son las que embarrancan con mayor frecuencia.

Otra teoría de los varamientos es la avalada por las perturbaciones magnéticas observadas a menudo en las zonas en las que se producen los envaramientos, que podrían desajustar las brújulas internas de los cetáceos, llevándoles a una ruta equivocada.

También se han considerado en ocasiones, que los culpables de los embarrancamientos o varamientos, fueron en ocasiones explosiones submarinas de origen industrial o militar

Principalmente son dos las emisiones sonoras utilizadas para la comunicación, siendo los chillidos, silbidos,  chirridos y los clics de ecolocalización empleados, sobre todo para la navegación y detección. En el segundo caso, los sonidos emitidos atraviesan su masa adiposa propagándose por el agua y rebotando en la presa. Las ondas regresan al lugar de emisión donde son recibidos al nivel del maxilar inferior y después enviados al cerebro y analizados. El conjunto funciona como un sonar, abarcando los clics una banda ancha de frecuencias, que va de 20Hz a 300.000 Hz.

Los cetáceos carecen de cuerdas vocales. El aire se almacena en tres pares de sacos aéreos situados a ambos lados del conducto nasal que lleva al espiráculo. Lo que produce el sonido es el paso del aire de un saco a otro.

El mundo submarino dista mucho de ser silencioso. Existe un ruido de fondo constante de baja frecuencia de hasta 10.000 Hz, propagándose el sonido hasta cinco veces más rápido que en el aire. Los cetáceos tienen oídos, pero no pabellones auditivos. El canal auditivo es minúsculo, de 2mm de ancho, y se abre detrás del ojo.

Los ojos están situados a ambos lados de la cabeza, detrás de la comisura de los labios, adaptándose la forma del cristalino al medio ambiente, lo que le permite ver igual de bien en el agua y en el aire. Unas glándulas especiales les protegen de la salinidad, pero no tienen lacrimales. Entre los delfines, los párpados se abren cuando la luz es débil, se entrecierran al aumentar la luminosidad y se cierran cuando el animal duerme.

A los cetáceos les gustan las caricias de sus congéneres, pero el hombre, ante un animal poco habituado a la presencia humana, ha de abstenerse de tocarlo, dándose casos de ataques a buceadores por su descuido. Por otra parte, los cetáceos conceden un importante papel a las caricias, especialmente entre madre-hijo, los juegos sociales y los sexuales.

Los cetáceos son los únicos mamíferos que se reproducen en el mar. Los apareamientos observados en delfines en cautividad duran unos pocos segundos, pero son muy repetitivos. Los cetáceos son vivíparos, y generalmente las hembras paren una sola cría por alumbramiento.

Las ballenas se dirigen a aguas cálidas en invierno para reproducirse y traer  al mundo a su cría al cabo de diez o doce meses de gestación. Entre los cetáceos con dientes, la gestación dura de siete a dieciséis meses.

Entre los cetáceos, la noción de grupo varía según la especie y las necesidades del momento. El grupo potencia la ayuda mutua para defenderse, para prestar socorro a un individuo enfermo o herido, o  para alimentarse. Las orcas y los delfines mulares, por ejemplo, cazan en grupo y rodean a los peces cerca de la superficie.

Son raros los delfines  que viven en solitario, si bien los textos de antiguos griegos y romanos cuentan a menudo historias de amistad entre el hombre y los delfines, confirmándose la historia en la década de 1950. Uno de los primeros delfines “embajadores”, una hembra bautizada Opo fue mencionada en Nueva Zelanda en 1955, avistándose posteriormente decenas de delfines solitarios que no hicieron más que alimentar la leyenda. Algunos los consideran embajadores llegados para mostrarnos un modo de vivir  en armonía con la naturaleza. Otros, en cambio, opinan que estos animales eran usados por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y la URSS durante la guerra fría, y que liberados e incapaces de vivir junto a sus congéneres, se habrían aproximado al hombre.